3 febrero 2010
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El hermano de mi abuela paterna, un hombre de sesenta años, reseco por el sol del desierto , con el salitre impregnado en la piel café oscura, sufrió los rigores del encarcelamiento por sus tendencias políticas y estuvo encerrado en una isla por seis meses. Nunca contó que fue lo que vivió en esta cárcel ni las penurias que debió soportar. Un viejo orgulloso, estoico frente a su tragedia. Después de ser liberado encaminó sus pasos más allá de la frontera, hacia Buenos Aires y nunca quiso volver.
Cuando mi abuela murió encontramos en un viejo baúl varias cartas, entre ellas una de mi tío abuelo , estirada entre dos vidrios y envuelta en papel de celofán. Eso demostraba el cariño de la abuela hacia su hermano y el aprecio hacia esa nota.
La nota comenzaba con preguntarle por la familia que pasaba con todos y quien se había muerto y luego entraba a decirle -... " hermana la vida que llevo acá es tan incierta como la vida misma, no sé en que minuto el horror y la muerte me tocarán, pero se fuerte,si ello ocurre, sabrás que enfrentaré con valor a lo que venga a pesar de las debilidades de mi cuerpo , algún día le podrás contar a toda la familia aún a los que discrepan de mí, que este viejo de sesenta años supo morir como un hombre como todos los que han persistido en sus ideales a lo largo y ancho de la historia"...
Mi tío abuelo no murió en la cárcel pero sí de un cáncer avanzado, aún en sus últimos días, como un milenario roble caído a pesar del dolor, se negaba a tomar sus calmantes,cerca de una ventana visionaba su vieja vida, vestido de traje negro y sombrero como esperando a la parca con la sabiduría de quien divisa en el horizonte una existencia nueva para probar por milésima vez lo que realmente vales y enfocarse con una pasión renacida para lograr alcanzar la ruta invisible de volver a creer en sí mismo, en la paz y en la libertad